Las primeras semanas transcurren sin sobresaltos. Vas al gimnasio puntualmente, o a correr, a caminar, lo que hayas elegido. ¡Genial!
Un día cualquiera, no podés ir al gimnasio porque tenés una reunión justo a esa hora. Al día siguiente, llueve a cántaros y hace un frío terrible. Bueno, mañana sí o sí voy. Pero te acostaste tardísimo y no lográs levantarte. Cuando te das cuenta, pasó toda la semana y no te moviste, ni siquiera caminaste 3 cuadras. Y ahí llegan esas dos palabras lapidarias: Ya fue. Como por arte de magia, nos olvidamos de que alguna vez habíamos tenido un objetivo y la motivación se desvanece instantáneamente.

Pero esto no es nada, es más bien el comienzo de un loop de autocastigo. No puedo sostener nada, soy un desastre, nunca voy a tener un cuerpo fuerte, no soy capaz de cuidarme, no tengo voluntad, etc., etc. Y volvemos a donde empezamos, solo que con una dosis adicional de frustración y enojo con nosotras mismas.
Cuando cambié mi forma de alimentarme hace 11 años, al principio no me costó nada adoptar nuevos hábitos de alimentación. Era tanta la incomodidad y el malestar que había sentido hasta entonces, que estaba feliz de haber encontrado la solución. Ya no más dolores de cabeza, hinchazón, constipación. Y por supuesto que no hubo vuelta atrás, pero el camino hasta llegar a hoy no fue en absoluto lineal.
En las sesiones 1:1 aparece un tema recurrente: el todo o nada, que va de la mano de la autoexigencia. Es como que no nos damos permiso para apartarnos del camino que nos habíamos propuesto y si no lo hacemos todo perfecto, no sirve. O vamos todos los días al gym o nada. O comemos "sano" y "bien" o está todo mal. ¿Por qué somos tan exigentes con nosotras mismas? ¿Por qué nos autosometemos a estándares que, a veces, son imposibles de mantener? ¿Por qué no aceptamos que somos humanas, y no máquinas, y que ESTÁ BIEN no estar al 100% todo el tiempo? Uffff... cuánto peso nos cargamos a veces, cuánto perfeccionismo. A lo largo de la historia, la sociedad nos ha impuesto a las mujeres que debemos cumplir con determinadas reglas -ser buenas hijas, esposas, madres, tener un cuerpo delgado, saber cocinar y la lista sigue y sigue (sobre todo si tenés más de 50 años). Ahora bien, ¿cómo salimos de ese bucle?

El primer paso es identificar que estamos teniendo ese patrón y verlo con compasión. No podemos cambiar lo que no traemos a la conciencia. Es importante tratar de detectar esos pensamientos que surgen cuando por algún motivo nos apartamos del camino y verlos como lo que son, juicios que hacemos sobre nosotras mismas y nuestra capacidad de lograr lo que queremos. Sin embargo, como todo juicio, es simplemente una percepción y no una verdad absoluta.
El segundo paso es revisar el objetivo que nos habíamos propuesto. ¿Es realmente factible? ¿Es optimista por demás? ¿Es demasiado grande considerando tu punto de partida? Es posible que una meta excesivamente ambiciosa sea el motivo por el cual no estás pudiendo sostener el proceso. Por ejemplo, si hace años que no hacés actividad física, proponerte ir 4 veces por semana al gimnasio rara vez resulta sostenible en el tiempo. Pensá en un objetivo más accesible, más chiquito, que no te implique un cambio rotundo en tu rutina. Subir por la escalera en vez de tomar el ascensor, bajarte antes del colectivo y caminar unas cuadras o ir 2 veces por semana al gimnasio son metas más amables y más fáciles de abordar, y siempre va a ser mejor eso que no hacer nada.
Tercero, justamente aceptar que es un proceso y, como tal, va a tener altibajos. Momentos donde vas a estar más motivada y otros donde no vas a tener ganas, y está bien que sea así. Hacete estas preguntas: ¿qué pasa si hoy no fui, pero voy mañana? ¿Qué es lo peor que pasaría si me aparto del camino un día, tres días, una semana, y después retomo?
Cuarto, ¡celebrá cada pequeño logro! Cada vez que vas al gimnasio, o elegís cocinarte en vez de llamar al delivery, le estás demostrando a tu cerebro que sos capaz de lograrlo y te automotivás a seguir adelante.
Por último, aprendé del proceso y hacétela fácil. Si sabés que te vas a acostar tarde y te va a dar fiaca levantarte, no te obligues a levantarte al alba sabiendo de antemano que no vas a ir. A veces es como que fingimos demencia y pensamos voy a ir igual, pero no te autoexpongas a "fracasar" para luego castigarte. Aplicá la disciplina amorosa. Ok, mañana no voy, pero pasado mañana, sí. Y listo, no pasa nada.
Cambiar hábitos requiere de paciencia y amor con una misma, y a veces nos parece que no vamos a lograrlo. Pero recordemos siempre que tenemos que buscar lo posible, y no lo perfecto. Si querés recorrer ese camino acompañada y sostenida, acá estoy para alentarte y ayudarte a lograr tus objetivos con amor, suavidad y a tus tiempos.
Un abrazo ¡y a seguir adelante!